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El piso de arriba de todo, como nosotros siempre le llamamos a esta habitación, cumplía los requisitos para ser un pequeño apartamento y funcionar de manera autónoma al resto de la vivienda. Tenía una salita con acceso al balcón que comunicaba con una habitación que también tenía salida al balcón, una cocina y un aseo al que se accedía desde fuera, por las escaleras.
Mi abuelo Segundo, el inglés, se instaló aquí con su familia al poco tiempo de nacer mi madre.
Cuando la abuela heredó la casa y en cuanto pudieron, montaron una cocina en la planta baja, y la de esta planta se convirtió en un trastero. Ocuparía, con el aseo, lo que es el actual cuarto de baño. Cuando yo llegué a esta casa la habitación era el dormitorio de los abuelos y la salita, el cuarto de la televisión, que en la época emitía, con un horario restringido, contenidos de poco interés. Por eso se usaba poco. Solo recuerdo que nos congregaba puntualmente para ver el Un, Dos, Tres.
Para mí, esta planta era otro mundo al que solo subía alguna vez a ver la tele, o a acurrucarme en cama con mi abuela en algunas temibles noches con temporales de invierno, en las que toda la casa crujía, y el viento se colaba silbando por las ranuras de los balcones amenazando con abrirlos de golpe. Qué miedo tenemos pasado…
Mi interés por subir arriba cambió una temporada al aparecer un objeto de deseo: la primera televisión en color (de todos los colores, decía yo) de la calle, traída por mi abuelo “de contrabando”. Intentar subir con alguien para mostrarla era una aventura en la que teníamos que dar esquinazo a la abuela, que siempre nos pillaba y nos echaba a la calle. Una vez pasó la novedad y porque la yaya no nos la dejaba ver perdí mi entusiasmo por el color de la tele.
El último foco de curiosidad era un cuadrado que había en el techo de la cocina al lado de un tragaluz donde antaño hubo una chimenea. Era el acceso al “faiado” una zona bajo cubierta al que se accedía por una rudimentaria escalera hecha artesanalmente por Segundo. Él fue quien sació mi curiosidad acompañándome para enseñarme lo que allí se escondía. Solo recuerdo un montón de tejas viejas, olor a polvo y humedad, una corriente fría y unas latas vacías de cacao en polvo que él traía de Brasil y que estaba riquísimo.
Descubrir la piedra que mi bisabuelo “compró” en su momento y ampliar la altura ocupando todo el hueco hasta el tejado le dio a esta estancia una luz muy especial, como era mi abuelo. Un hombre moderno, con mucho mundo viajado y muchas experiencias vividas bajo su otro nombre, Celso. Y sobre todo un hombre bueno, que con su trato consiguió hacerme muchas veces de guía y al que tanto de mi educación y mi carácter debo.
Espero que disfrutéis de vuestro paso por esta habitación tanto como él aprovechó sus rutas a lo largo de todo el mundo.
Casa Choupas
Rúa Cega 5
Cangas (Pontevedra)
Tel.: 699379040