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Esta habitación hace muchos años era una bodega que probablemente se utilizaría para guardar las artes de pesca y en la que mi bisabuela Carmela, a sopeira, hacía lejía y ahumaba pescado que luego vendía. También se almacenaba la mercancía que mi abuelo Manolo (patrón Lamasa) traía de Vigo en su balandro. Además, aunque parezca mentira, en el hueco que quedaba debajo de las escaleras se criaba un cerdo.
Mis abuelos la convirtieron en una cocina. Era el habitáculo principal de la casa. La vida se desarrollaba en torno a una mesa de formica ubicada en el medio de la estancia en la que se comía, se hacían los deberes y la yaya dibujaba con tizas de colores trazos en telas que cortaba y convertía en ropa. A mi aquello me maravillaba.
Nuestra cocina era un taller de costura lleno de retales, hilos, alfileres y botones. Toñita estaba todo el día cosiendo y en contacto con el exterior gracias a esa ventana. El pedal de la máquina de coser recuperó su hueco reconvertido en mesa. Si me quedo en silencio en este sitio, puedo evocar el tacatacatacataca provocado por el pedaleo y el clic clac del prensatelas al subir y bajar a coser.
Un lavadero de piedra que estaba en donde ahora hay un sofá se convertía en una improvisada bañera en la que me aseaban de pequeño en invierno. En verano la cosa era más divertida porque el ritual se llevaba a cabo en una tina en la calle.
En el lugar que ahora ocupa el inodoro se instaló el primer baño de la casa, tan rudimentario que, para improvisar una ducha, mi abuelo “inventó” un sistema con un cubo de agua y una cuerda que ahora es tendencia en los spas. Al hacer un pozo y disponer de agua, padrino trajo del extranjero un termo eléctrico que con un tubito se convirtió en la primera ducha de la casa. El problema era que el desagüe estaba picado directamente en la baldosa sobre la que te duchabas y que además tenías que taponar la puerta con trapos para que no se inundara la cocina. Aun así, era lo más.
En la cocina siempre había gente que venía por un arreglo, a probarse la ropa hilvanada o a medirse para hacérsela. Si yo estaba allí, este era mi momento favorito porque ayudaba apuntando las medidas: altura, talle, manga, busto…mientras sonaba el murmullo de los personajes de las novelas o la señorita Francis en la radio, siempre encendida. En los silencios era la yaya la que cantaba haciendo crecer en mí un gusto por el baile y el cante y una curiosidad por el mundo de la costura que aún mantengo y ella no alentó, a pesar de que la máquina era uno de mis juguetes favoritos.
Con el objetivo de criarnos con el dinero que ganaba ella y ahorrar el que mi abuelo giraba todos los meses, mi madre, mi tía y mi abuela se convirtieron en las primeras inquilinas de esta habitación, donde dormían mientras Toñita alquilaba el resto de la vivienda a los veraneantes aumentando así sus ganancias.
En esta nueva etapa intenté recuperar la esencia de la casa respetando lo máximo posible la estructura original y añadiéndole las comodidades que buscamos a la hora de viajar.
Espero que la disfrutéis tanto como todas las personas que pasaron antes por ella.
Casa Choupas
Rúa Cega 5
Cangas (Pontevedra)
Tel.: 699379040